
El marqués de Vinent era un ser impresionante. Corpulento, con una voz algo paposa, por su sordera, y siempre de punta más allá de en blanco: camisas de seda impecables, abrigos enormes con igualmente enormes cuellos de piel auténtica, imprescindibles guantes delicadísimos, sortijas imposibles sobre estos y siempre un monóculo de carey perfectamente inútil pero que le confería ese estatus superior y distante. Una escandalosa fama de homosexual, ganada a conciencia, con constancia y aplicación. Y, por supuesto una casa igual de impresionante que él, siendo este sagrado espacio reflejo de un consumado dandy, siga este el hilo dandystico que siga:
"En el palacio que tenían en la calle Marqués de Riscal ocupaba un piso bajo cuyas enrejadas ventanas daban a unos solares en que sus ojos azules y miopes atisbaban a las parejas amorosas inocentes, de que desde allí les miraba, nada menos que con unos anteojos, monsieur le mostre... una casa impresionante con mucho truco literario, viejas estofas y damascos en grandes sofás modernos; una buena biblioteca encuadernada en negro con la corona de marqués en oro; tallas antiguas, grabados vagamente eróticos; máscaras chinas; un gran retrato suyo pintado por Beltrán Massés, esmaltes hierros forjados, tapices orientales, vitrinas cargádas de ídolos y bibelots...."
Decían que ser su amigo no estaba bien visto, que escribió mucho y mucho peor de lo que él mismo creyó y quizá mejor de lo que se le ha recordado. Decían que se acerco a la izquierda más radical más por epatar que por convicción real y acabó ciego, además de sordo, que eso lo fue toda su vida, y pobre, decadente, de verdad, miserable y encarcelado. Obviamente peligroso sólo fue para sí mismo y tal vez, y sólo un poco, para ese Madrid pequeño, provinciano y chulesco de las primeras décadas del pasado siglo
¿alguién más dandyficado que este marqués en este país?
No hay comentarios:
Publicar un comentario